jueves, 14 de junio de 2007

En las tardes de verano

Aunque no viene mucho a cuento, al ver esta foto no he tenido más remedio que ponerlo. Ciertamente, sublime, como la estrella que acamapa en San Julián a los pies de la Buena Muerte. Humilde y tranquilo, como si del transcurso de un día de verano se tratara, vemos a Dios en la tierra tomando el fresco en el patio de su casa, con la morada túnica remangada, pues la calima hace estragos en su cuerpo.
Con la tranquilidad y la parsimonia de saberse solo en su hogar, Dios deja su altar sostenido por arcángeles y santos, para pasear cerca del retablo de la Virgen del Carmen, pasar bajo el coro y saludar a San Antonio, poder mirar más de cerca la Santa Cruz de forja. Entre suspiro y suspiro los vencejos tocaran las campanas de San Antonio Abad. Como si de una tarde de verano se tratase, este vecino de la calle de las Armas sale a su patio a respirar el pulso de la ciudad, a devolverle su latir.
Y cuando cansado ya nos encontremos, iremos en busca de su dulce mirada, baja y serena. Con su corona que ya no es de espinas sino de rosas y sus manos agarradas al patíbulo de la Cruz dejará escapar el suspiro de la paciencia, del amor, del sacrificio. Se quedará el último recuerdo en el silencio de la tarde para dar paso a la noche. Entonces, nazareno silente, de inmaculado manto y sencilla túnica subira a la entrada del cielo para sentarse a descansar y esperarnos en la claridad.

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