martes, 25 de septiembre de 2007

Inmaculado Corazón


Pero antes de marcharme déjame que hable a solas con Ella. Déjame decirle lo que pienso, deja que abra mi pecho para que de él salgan los piropos eternos, las dudas completas de una mañana radiante.

Dulce Virgen Inmaculada
que tienes por pedestal la luna
y por las estrellas coronada.

Que no se escape un suspiro
cuando se levante la mañana
ni que se oigan los trinos
al repicar de las campanas

que enmudezcan los chirridos
de las ventanas y las puertas
que no se escuchen los crujidos
de las viejas carretas.

Que se alcen oraciones
a la Virgen Inmaculada
en forma de pregones
que despiertan la madrugada

entre flores de colores
y el olor de la albahaca,
entre romeros soñadores
y preciosas sevillanas

entre los roncos tambores
y el flautín que llama al alba,
que despierta los albores
al comienzo de la jornada.

Dulce Virgen vestida de sol
coronada por doce estrellas
iluminando tu Sagrado Corazón.

Y ya van cincuenta años haciendo el mismo caminito…

domingo, 23 de septiembre de 2007

Habitación 305

Habitación 305. Residencia con nombre de Virgen, curiosamente, advocada en el Inmaculado Corazón de María, Fátima. No sé si habrá alguna lágrima todavía que derramar, solo queda un hueco para la sonrisa. La de tus niños que con tiritas de Spiderman quieren curarte el dolor.
Esta vez no eres tú el que corre, es el tiempo el que te ata a la cama y que durante mucho tiempo te tendrá agarrado. Menos mal que todo ha sido un susto, pudo ser peor. Un día estabas con nosotros a la mesa, resacoso y con la sonrisa fácil de siempre. Poco tiempo después, tu alma se había precipitado al vacío.
Todo ha sido un susto. De todos modos, nos sigues demostrando lo grande que eres. Dijo Cristo que aquel que quisiera seguirlo cogiera su Cruz y se fuera tras Él. Después de este parón en tu maratoniana vida, al abrir lo ojos, dicen, que lo primero por lo que preguntaste fue por tus hijos, pues no hay cosa más grande que tengas.
Siempre agarrado a tu Cruz, a tu palermo, a tus botines que te evaden en la continua carrera de la vida. Esta vez, sí que estás haciendo carrera de fondo y creo que nosotros no servimos ni para ir a tu lado corriendo.
Por eso Dios siempre se lleva a los mejores, porque son los únicos que pueden ayudarle a cargar con su Cruz, la de todos nosotros. Desde la habitación 305 está un buen hombre que más que rezar nosotros por él, parece que lo hace él por nosotros...

viernes, 14 de septiembre de 2007

De la Misa en latín, y otras cosas...

Exaltación de la Cruz...hace muchos años que una tal Santa Elena, madre de Constantino la encontró tal día como hoy y la fiesta se quedó. La Santa Misa o Eucaristía, aunque parezca que no, nace del árbol santo de la Cruz. Del costado, la sangre del sacificio; del travesaño, la carne de la vida eterna.
Y además, hoy, vuelva la Misa en latín. Bueno, en latín, de espaldas y con la casulla de guitarra. Es decir, a la Misa Tridentina, a esa que instituyó San Pío V que ha perdurado más de cuatro siglos, desde el Concilio de Trento que sentó las bases de la Contrarreforma y las expresiones de piedad popular (vulgo cofradías y Semana Santa) hasta el Concilio Vaticano II, con la llegada de Pablo VI al trono de santidad.
No cuestiono la decisión de retomar lo anterior, quizá cuestiono como lo que durante tanto tiempo fue sagrado pasaba a ser inválido. Ahora de nuevo, después de treinta años, en la Santa Sede reconocen el error cometido.
Para terminar os dejo con un comentario que me ha gustado acerca de aquel cambio conciliar. Me lo dijo mi abuela. Ella, después del concilio, al entrar en la Iglesia y ver al sacerdote mirando al pueblo dijo: ¿por qué el cura ya no da la Misa mirando a la Virgen?...en el camarín estaba una Imagen del Inmaculado Corazón de María...esta es la religión de los fieles.

jueves, 13 de septiembre de 2007

María, ¿quién como tú, María?


Tienes nombre de mujer,
dolorosa madre encarnada,
fulgor del atardecer,
lucero en la noche estrellada,
que a tus plantas vienen a caer
versos y rimas derramadas
para la rosa de Jerusalén,
para la Virgen proclamada
por la realeza de ser
Madre de Dios Inmaculada.
María, dulce nombre que rebosa pasión, que exclama dulzura y que llora sentimiento. María, madre de Dios, de la Iglesia y de los hombres. María, ¿quién como María madre Dios Inmaculada Concebida? María, señora de la noche, de estrellas y de luceros, del amor de los vencejos en las tardes de la primavera. Fuente de agua clara que abre los caminos del amor, hiniesta dolorosa suplicante al Dios de la Redención, pentecostal madre y piropo de perdón. Eco fulminante que llena el vacío del silencio, que pasa tranquilo y callado exclamando, silente, poder ser San Juan que te hable en la Palma del calvario, en la esperanza de la mañana, puerta en forma de arco.
María...quién como tú, María, hija callada de Sión, magnífica señora, dulce esposa y madre, reina asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial que es el cielo de Sevilla, que es la gloria terrenal, que no hay nombre que compare tal maravilla con tu dulzura angelical, que no hay mañana que te llore, dolorosa pasional.

jueves, 6 de septiembre de 2007

Instantes

Son las cuatro de la tarde. El reloj toca las campanadas lentamente y el tiempo se va consumiendo. Ya tengo la túnica puesta con inmaculado cíngulo que tinta de seda la sarga de mi hábito lleno de amaranto. En los pies, el calzado negro. Pongo sobre mis hombros una capa de antiguo caballero, de señor inglés que por momento me recuerda épocas pasadas. La medalla al cuello, el reloj de bolsillo, la papeleta en la manga y por último, el beso de mi madre antes de ponerme el antifaz.
Ya no me viste, pero observa como lo hago. Todos lo hacen, es como un ritual. En silencio, esperan a que me ponga la cartonera con el antifaz y salen a despedirme a la puerta. Con la mirada baja y la capa en el brazo voy caminando lentamente sobre pasos de recuerdos que llevan hasta San Antonio. Son las cuatro y diez. Ya voy tarde...según la regla,...según mi rito, es la hora perfecta.
Por el camino, cruzo miradas, pienso y recuerdo. Me encuentro con compañeros de camino, almas calladas que buscan bajo el sol de la tarde el recorrido más corto que los lleve hasta el pequeño santuario que guarda recuerdos jamás olvidados, siempre recordados por todos.
Al llegar a la puerta, la papeleta. Sin quitarme el antifaz voy hacia Él. ¿Qué decirle?...solo Padre nuestro que estás en el Cielo, acuérdate de los tuyos que pasan calamidad aquí en la tierra...pero no puedo evitarlo. Mi mirada está en Ella. Todos lo saben, desde el costalero que me conoce hasta el celador que me vigila, desde el cirio del último tramo al farol de la primera insignia. Desde las plumas del romano hasta la aun no conseguida bandera pontificia me preguntan a quién busco con la mirada tan perdida, con los ojos empapados, con la sonrisa desprendida en aromas esperados. Terminada la plegaria, a tus plantas voy Señorita.
No sé que rezarte, si hablarte yo pudiera. Ya lo hacen los monaguillos, las varitas y las caramelos. Ellos te piden alegría. Yo derramo lágrimas de impotencia. Ha pasado otro año, otro más a tu vera, que ya es quince de septiembre y queda menos para la primavera, cuando de nuevo te vea en tu palio, de sencillo azul noche con estrellas que son seises que te bailan en la gloria nazarena. Me pesa hasta la capa, he perdido ya la cuenta de las cosas que tenía que pedirte...
Poco a poco, recobro la calma. Me dirijo hacia la puerta. Ahora que no me ve nadie, me destoco con destreza. Salgo al patio y en la sombra del silencio encuentro mi tramo. Me saludan algunos, pocos.
Ya llega la hora. Sale la cofradía, sones de cambios. Y le llega a mi tramo...comenzamos a salir, voy de los primeros. Me queda una bonita tarde sabiendo que Ella viene detrás. Que pena más grande que no me pueda girar para verte tu cara de Madre, tu sonrisa y tu buen andar, que no te llevan costaleros, que son ángeles de blanco costal, que hacen las delicias de las flores del fanal, que solitas toman vida y pareces hasta respirar, y se sale de tu pecho un quejío de soledad...que ya no llora mi Virgen, que ya no llora más...

sábado, 1 de septiembre de 2007

Poder soñar el cielo

Siento la urgente necesidad de verte. A ti, bambalina que danza al son de hermosas melodías; a ti, cera que llora lágrimas de amor. Necesito ver la noche donde la ciudad se apaga esperando a que llegues tras enhiestos capirotes enlutados de negro azabache. Se apaga la llama del amor, del semblante agonizando en la penumbra de la aurora, se termina el último sorbo de cálido aroma que se desvanece tras su cortina de incienso, el sueño de una semana.
El maestro, con la batuta en la mano, marca el compás de la danza. Uno a uno, nombre a nombre, se va formando la cofradía y cuan ejército de amor, silentes respetuosos, hombres de buena fe, piadosas señoras valientes de cara destocada, cruzan el compás de la medianoche. Cruzan el que fuera puente de barcas, ahora esquifes de amor que navegan a la ciudad prometida.
Entre las filas se adivinan banderas inmaculistas de voto sangriento en defensa de la redención, simpecados perdonados por la mano del Señor. Cirios blancos señoriales se confunden con señoriales caballeros, pues en solo una semana se apaga el sueño que nunca termina.
Y de nuevo siento esa llama que me abrasa la razón. No puedo más. No aguanto más la espera, este dolor que me quema sin dejarme escapar. Necesito escuchar el crepitar de la cera, el rachear de los costaleros, el crujir de la madera, ver el resplandor del candelero. Necesito verme en la plata y hasta en algunos espejos que salen portando a cierto Nazareno. No aguanto más la espera para poder tocar el cielo...