miércoles, 8 de agosto de 2007

Tras los pasos del recuerdo

En las claras de la mañana, ya se rompe el silencio. Como gotas de agua clara abren los rayos de sol el cielo. Cantan los gorriones, las golondrinas y los vencejos en matina deslumbrada por el luto y el duelo. Ya se cierra la madrugada, que pasó el Nazareno, el de la calle de las Armas, el del Valle y el del arrabal trianero. Pasó el Gran Poder camino de San Lorenzo, como lo recordaba mi abuela, con ese sabor añejo.

Pierde el nombre Sevilla, se paran hasta los relojes. Viernes Santo es la aurora que llena de emociones y que lágrimas arroja entre suspiros y oraciones, entre cantigas benditas de saeteros en los balcones. Ya no suenan llamadores entre el redoblar tamboril perdiendo el sentimiento febril ante la muerte del Varón de Dolores. Ya se paran las campanas y redoblan con pique enlutado, estando en la mañana del bendito Viernes Santo, cuando el Silencio rompe la alborada del gentío y del espanto.

Todavía queda la Esperanza del sueño musitado por legiones celestiales que acampan acodados entre la señorial macarena y el humilde bergantín plateado, que con buena brisa navega hacia el puerto desterrado entre el Castillo de San Jorge y el amor destemplado con que aguarda Triana cielos bien hallados.

Espera Sevilla el retorno de esperanza pues mientras una abandona la villa caminito de Triana la otra va regalando sones color esmeralda que lleva prendidas en su pecho con esa gracia sevillana: entre bambalinas que danzan como los seises por la Inmaculada, entre rosas que desprenden su fragancia, pasa la Macarena, pasa la Virgen guapa. Que escrito está en el cielo, que no lo digo yo de mi pluma, pues Tú bajaste de las alturas para cumplir el anhelo de todos los sevillanos que rezaban al Padre Nuestro, pidiendo gloria bendita para entrar en el Edén. Y el Señor de San Lorenzo nos regaló la Pastora Divina, la que acampa en San Gil, en el arco macareno, cuan estrella de la mañana que alumbra la puerta del Cielo, por la que pasan centurias romanas para visitar a Jesús Nazareno.

Todo queda en calma, ya se va apagando el fuego que mi corazón abrasa y me quema hasta el aliento de pensar que me queda un año para cruzar la puerta de mis sueños, vestido con elegante ruán y esparto viejo. Ya queda menos para escuchar la melodía que me abre el pensamiento, que suena a Virgen del Valle al final de donde yo quisiera, de Álvarez Quintero para ver pasar tus espejos por Cuna y Chapineros. Sueño que se agota ante un pasionista nazareno y siento como llega la hora de llevar las cruces en mi pecho, de rojo fuego sangre, inmaculado azul del cielo, cruzar el dintel antonino y postrarme en el silencio, en la penumbra de la capilla, en el ansiado pensamiento donde se apoya el recuerdo de un nuevo nazareno que va tras la Santa Cruz abriendo el cortejo.

Y entre los azahares de una nueva primavera compone Farfán su nueva melodía. Huele a jazmines celestiales cada corchea y cada redondilla que suenan a cante hondo desde el balcón de cada esquina.
Pero ya no suena nada porque se oye hasta la brisa, hasta el crepitar del sol jugando con las nubes. Se apaga la noche y amanece un nuevo día: ya descansan en su trono de gloria el Nazareno y la Esperanza mía. Duerme el Gitano y el Señor de las Tres Caídas reposa junto al centurión pues en ello le va la vida. Ya duermen las azucenas, las rosas y los claveles; un año más Dios vino a la tierra siempre seguido de mujeres que aguantan lluvía intensa de cera.

Se apaga la madrugada y se abre el Viernes Santo. Se terminó la noche soñada, la que esperaba tanto para la que guardaba mi lágrima para ponerla en tu manto y así me recordarás Señora de amaranto, de azahares perfumada en palio de plata comandado hacia la Catedral del Cielo donde te esperan los Santos.

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