
El maestro, con la batuta en la mano, marca el compás de la danza. Uno a uno, nombre a nombre, se va formando la cofradía y cuan ejército de amor, silentes respetuosos, hombres de buena fe, piadosas señoras valientes de cara destocada, cruzan el compás de la medianoche. Cruzan el que fuera puente de barcas, ahora esquifes de amor que navegan a la ciudad prometida.
Entre las filas se adivinan banderas inmaculistas de voto sangriento en defensa de la redención, simpecados perdonados por la mano del Señor. Cirios blancos señoriales se confunden con señoriales caballeros, pues en solo una semana se apaga el sueño que nunca termina.
Y de nuevo siento esa llama que me abrasa la razón. No puedo más. No aguanto más la espera, este dolor que me quema sin dejarme escapar. Necesito escuchar el crepitar de la cera, el rachear de los costaleros, el crujir de la madera, ver el resplandor del candelero. Necesito verme en la plata y hasta en algunos espejos que salen portando a cierto Nazareno. No aguanto más la espera para poder tocar el cielo...
1 comentario:
En ocasiones, amigo Camarlengo, la espera, fundida con las vísperas, se convierte en una de las mejores sensaciones que nos puede regalar nuestra Semana Mayor.
Aún así, cada día que pasa... queda menos.
Un fuerte abrazo.
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