jueves, 6 de septiembre de 2007

Instantes

Son las cuatro de la tarde. El reloj toca las campanadas lentamente y el tiempo se va consumiendo. Ya tengo la túnica puesta con inmaculado cíngulo que tinta de seda la sarga de mi hábito lleno de amaranto. En los pies, el calzado negro. Pongo sobre mis hombros una capa de antiguo caballero, de señor inglés que por momento me recuerda épocas pasadas. La medalla al cuello, el reloj de bolsillo, la papeleta en la manga y por último, el beso de mi madre antes de ponerme el antifaz.
Ya no me viste, pero observa como lo hago. Todos lo hacen, es como un ritual. En silencio, esperan a que me ponga la cartonera con el antifaz y salen a despedirme a la puerta. Con la mirada baja y la capa en el brazo voy caminando lentamente sobre pasos de recuerdos que llevan hasta San Antonio. Son las cuatro y diez. Ya voy tarde...según la regla,...según mi rito, es la hora perfecta.
Por el camino, cruzo miradas, pienso y recuerdo. Me encuentro con compañeros de camino, almas calladas que buscan bajo el sol de la tarde el recorrido más corto que los lleve hasta el pequeño santuario que guarda recuerdos jamás olvidados, siempre recordados por todos.
Al llegar a la puerta, la papeleta. Sin quitarme el antifaz voy hacia Él. ¿Qué decirle?...solo Padre nuestro que estás en el Cielo, acuérdate de los tuyos que pasan calamidad aquí en la tierra...pero no puedo evitarlo. Mi mirada está en Ella. Todos lo saben, desde el costalero que me conoce hasta el celador que me vigila, desde el cirio del último tramo al farol de la primera insignia. Desde las plumas del romano hasta la aun no conseguida bandera pontificia me preguntan a quién busco con la mirada tan perdida, con los ojos empapados, con la sonrisa desprendida en aromas esperados. Terminada la plegaria, a tus plantas voy Señorita.
No sé que rezarte, si hablarte yo pudiera. Ya lo hacen los monaguillos, las varitas y las caramelos. Ellos te piden alegría. Yo derramo lágrimas de impotencia. Ha pasado otro año, otro más a tu vera, que ya es quince de septiembre y queda menos para la primavera, cuando de nuevo te vea en tu palio, de sencillo azul noche con estrellas que son seises que te bailan en la gloria nazarena. Me pesa hasta la capa, he perdido ya la cuenta de las cosas que tenía que pedirte...
Poco a poco, recobro la calma. Me dirijo hacia la puerta. Ahora que no me ve nadie, me destoco con destreza. Salgo al patio y en la sombra del silencio encuentro mi tramo. Me saludan algunos, pocos.
Ya llega la hora. Sale la cofradía, sones de cambios. Y le llega a mi tramo...comenzamos a salir, voy de los primeros. Me queda una bonita tarde sabiendo que Ella viene detrás. Que pena más grande que no me pueda girar para verte tu cara de Madre, tu sonrisa y tu buen andar, que no te llevan costaleros, que son ángeles de blanco costal, que hacen las delicias de las flores del fanal, que solitas toman vida y pareces hasta respirar, y se sale de tu pecho un quejío de soledad...que ya no llora mi Virgen, que ya no llora más...

1 comentario:

el aguaó dijo...

Precioso amigo Camarlengo. En algunos momentos me he sentido completamente identificado contigo.

Una vez más has conseguido condensar sentimientos y emociones en bellas palabras, que se entrelazan para crear esos pequeños 'retales' que nos regalas en este rincón de Internet. Gracias por otra magistral entrada.

Un abrazo.