martes, 31 de julio de 2007

El atrio de Sevilla


Líbreme Dios de intentar copiar aquella hermosa composición que dibujara con sus versos Lacava sobre este glorioso atrio. Pero se me ocurre, que del mismo modo que el Nazareno nos deleita en las tardes de la canícula con su dulce melodía de arpa, podría elogiar ese trozo de cielo que nos regaló Dios para tenerlo en Sevilla. Nuestra Sevilla particular...un retal escondido entre nombres de viejas calles, un rincón perdido entre noches innombrables, ya sea por indescriptible belleza o por censurable expiación de los mejores pecados que en esta tierra se comenten en los sacrosantos lugares mejor guardados.


Hay dos formas de andar, cuando te lleva un soplo de brisa, lenta, que casi roza el polvo de la pizarra que pavimenta algunas calles; y cuando en la calma veraniega, la calima nos azota sin perdón ni compasión. Así, en los pasos y en los versos perdidos, de cielos de que se fueron y nunca vivimos, en las miradas ocultas y en los chasquidos olvidados de la primavera, con el ánimo dócil pasos ponemos hasta este rincón. Y al llegar, atrio de bienvenida. Tantas cosas pasan en este atrio, que casi podría decirse que la vida de tan bella cofradía nace, crece y muere en él. Y casi es así.

Cuando la luna de Pescevere hace su Entrada Triunfal en la Jerusalén de Sevilla, solo se escucha el chirriar de la puerta y al final del día el tañir de un muñidor. Cuando el Valle de Sevilla fija en la Anunciación de cofradía el final de su recorrido, cuando la Pasión del Señor parece tocar su fin, entonces, se apagan las luces. Y como un foco que alumbrara ese bello patio, inconfundible, tan señorial y tan mundano; tan pobre y humilde que hasta los franciscanos le tienen envidia, no por la humildad sino por la soberbia de querer estar en él a la hora fijada, del propio patio nace un sueño, nace la cofradía.

Y cuando en el patio se haga el Silencio, será porque el Silencio ya está en las calles de Sevilla. Suena el Silencio cuando pasa por Sevilla y en el antonino convento inundado de Silencio, inmaculado vacío se contempla en hornacina de oro que todo valor lo pierde sin el Señor que lo guarda. Silencio en el campanario, en la sala y en la capilla. Silencio guarda San Antonio porque el Silencio recorre Sevilla, entre nazarenos espigados y servidores de propio Papa, que hasta su Santidad rodilla en tierra pone cuando pasa el Nazareno, aquel que fue concebido de la Inmaculada divina Señora del Alma mía...

Se hará atrio de silencios cuando el Silencio vuelva al atrio de Sevilla...pues en la propia calle Real, ya tiene Sevilla su propia entrada, que nadie entra en Sevilla sin ver a la Inmaculada en la capilla antonina.

1 comentario:

Diego Romero dijo...

Maravilloso relato.

...tiene San Antonio un Atrio
donde el tiempo apenas pasa.

Saludos.