jueves, 12 de julio de 2007

Un pregón a Sevilla

Le debo un pregón a Sevilla. Le debo un piropo, un halago o un sueño. Aun no le he cantado las maravillas a los rincones que no tienen cofradías o a los que las tuvieron y ya no pasan. A los cielos que perdimos, les debo una disculpa porque todavía no me he postrado ante ellos. A los canónigos que duerme eternamente engrosando las raíces de nuestra Magna Hispalensis.
A tantos tontos de capirote, les debo mi respeto. Porque son ellos los callados hacedores del sueño constante que se repite incesante en la floreciente semana que, como ramillete de primavera, colorean las calles que nos ven pasar a diario. A tantos artistas, a tantos escritores, a tantos escultores, doradores y tallistas. A todos ellos, les debo un momento de silencio. El silencio es el mejor signo de respeto, pues ya solo guardamos silencio ante El Silencio, y decir Silencio es decir arrodillarse ante Dios.
Pero también les debo un agradecimiento profundo al viento y al sol, que sin quererlo, adornan mis poemas en el mismo día, pues cae el Sol en la penumbra del Jueves Santo y sopla la brisa la constante cuando Triana viene a Sevilla. Que serían mis ripios sin ellos, sin el dulce soplo del aroma que emana por la bóveda de los sueños; que sería mi palabrería barata sin el resplandor de la verdad que se escapa de nuestros sentimientos. ¿Brillaría Sevilla más que el Sol si el astro rey no tuviera su corazón en Sevilla?
Y que no se olvide a mi mente recordar al ansiado lector que le debo a la ciudad todo lo que soy. Separarme de ti no sería más que una triste torpeza pues hasta mi corazón navega junto al Escapulario que pende de una capilla de Triana. Que no se me olviden las cofradías de los barrios, torrentes amor que circundan un corazón lleno de luces. Luces de cirios que consumen lentamente las ilusiones que cada año renovamos después del 6 de Enero.
Por eso, le debo un pregón a Sevilla. Le debo un pregón a la gloria en la Tierra. Le debo un pregón a Dios mismo por haberme puesto en este suelo que todavía tenemos, en esta ciudad de María Santísima donde cada año, a las puerta del siguiente, entre ángeles custodios, entre ramos de azahares y entre cantos y plegarias baja María cada ocho de diciembre.
Y en ese pregón tendrá una línea el costalero, el ramo y el fanal. Tendrá su verso el encedeor, el nazareno y hasta el capataz. Que no se me olvidá 'El aguaó', ni el acólito ni el paso de la Santa Faz. Tendrá sitio en ese pregón Antonio Burgos, Paco Robles y Buzón. En ese pregón cabe la Semana Santa entera, caben los lectores y los espectadores, y hasta por caber caben aquellos que cada noche se acuestan con la Madre de Dios en la mente, con los que sueñan despiertos en cada Madrugá, los que piensan que cada Domingo de Ramos renace la ciudad. Caben los soñadores, los ilusionistas y los prestidigitadores de esta urbe que tan bendita la hacen en el ocaso de cada noche.

1 comentario:

el aguaó dijo...

Precioso amigo mío. Me has emocionado.

No le debes nada a Sevilla. Cada vez que escribes tu palabra se convierte en pregón, tu palabra es sentimiento, tu palabra es amor por la ciudad que te crió. Gracias amigo. Por emocionarnos y por regalarnos tus palabras.

Un fuerte abrazo.