sábado, 8 de diciembre de 2007

Purísima Inmaculada


Comenzaba el Padre Ignacio en su pregón diciendo: 'Fue en Sevilla. Sí, fue en Sevilla'. Y me pregunto, quizá , cómo podría haber sido en otro sitio.
Hoy he salido a beber de la fuente de la pureza de la que mana el resplandor constante del sol. Al ponerse la luna, enluté mi alma de inmaculado voto y sobre mi pecho estampé cinco cruces de sangre y fuego, timbradas de pontificia tiara y orladas con el color del cielo.
Tomé aire hondo y empapé mis pulmones con ese aroma a vainilla y castañas que impregna la brisa, que juguetea entre los adoquines, que se desliza serpenteando como el agua entre las llagas del aparejo del suelo. Y como si de un trampolín se tratará, salté sobre la nube de un sueño. Y era Sevilla, vestida de azul y plata, de pureza y amor, de valle y socorro, de soledad y tristeza.
Hoy he salido a mirarme en el espejo de la belleza que deslumbra cada rincón, cada atrio, cada cancel de cada iglesia. Y desde sus puertas, alegría muestran sus púlpitos de amor donde el verbo se hizo carne, donde se pronunció por vez primera la consagración divina de la Madre de Dios.
Salté fuerte y tuve fe. Y allí, sobre el cielo, ocho querubines me arroparon con un paño cosido a puntales inmaculistas, pues llevaba el nombre de María preguntando quién como Ella, la Madre Dios sin pecado concebida. Poco a poco, me fueron bajando y dónde fui a caer, a las plantas de un Dulcísimo Nazareno, que ya no tiene sangre en sus llagas porque unos hombres buenos dieron la suya para defender a su Madre.
Tuve también miedo, y vino a recogerme la Soledad. Ya no sonaba nada, solo el silencio se oía pasear al final de la calle que por nombre lleva el de un santo cardenal. Sus pasos eran contados por notas celestiales y resguardaba a la soledad del frío de la noche, la dulzura perpetua de ocho cirios y una espada, que desnuda al viento, cortaban el velo que cubría la tristeza del abismo.
Hoy he salido a buscarLa y no sabía dónde encontrarLa. No sabía si bajar al valle del amor o subir hasta el trono de una pastora divina, si marchar en busca de la soledad, la tristeza y el dolor o si caminar junto al repicar constante de una campana que tañe himnos de gloria sobre el patio de esta ciudad, si adentrarme en una sagrada capilla donde se guardan los resquicios de una eterna madrugá, no sabía si vestirme de servidor papal y rendirme a sus plantas como un nazareno más.
Finalmente, al recostar mi alma en un páramo de dulzura y sencillez Te encontré. Estabas allí y yo no te veía, y aunque tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, me di cuenta que Tú estabas dentro mí y yo, por fuera te buscaba con amor y ansiedad. Estabas allí, sobre un escultor, un cura, un pintor y un escritor, sobre una triunfal torre a los pies de la torre más fuerte, el Nombre de Dios, y desde allí, te ame. Estabas vestida de sol, coronada por doce estrellas y la luna a tus pies.
En aquel momento, deslicé la cola del brazo y me senté a tus pies, tranquilamente, esperando a que algún día, reina de mis sueños, bajaras a buscar a este triste nazareno, ya sin cartonera y antifaz que descansa a tus plantas, Purísima Inmaculada, a la puerta del cielo.

1 comentario:

el aguaó dijo...

Precioso amigo. Bellísimo repaso a la jornada Inmaculadista de ayer. Me descubro ante vos.

Un fuerte abrazo amigo.